Gregorio Samba nació el 21 de abril de 1956 en Alemania. Cuando solo tenía 2 años se fue a vivir con su padre, su madre y su hermana pequeña a España, exactamente a un pueblecito del norte de Asturias llamado El Franco. Esta localidad fue el lugar de nacimiento del padre de Gregorio y por tanto, el lugar donde vivía toda la familia paterna del niño. La infancia de Gregorio transcurrió con normalidad y sólo hay una pequeña cosa que destacar en ella: la pérdida de su abuela, que para él era como su segunda madre. A excepción de esto, Gregorio pasó una infancia que muchas personas deseaban tener y pudo poseer todo lo que quería, cosa que casi nadie tenía permitido en aquella época.
Gregorio era un niño responsable y compasivo. También era muy buen estudiante, pero cuando se fue haciendo mayor, por desgracia, dejó de serlo. Sus padres le pagaron todos sus estudios primarios, pero Gregorio no aprovechó la oportunidad que le dieron y cuando cumplió el ciclo obligatorio abandonó dichos estudios.
Al cumplir su mayoría de edad decidió buscar trabajo para poder ganarse un sueldo, ya que sus padres, decepcionados con él, no le ayudaban en sus necesidades monetarias. Logró encontrar un pequeño quehacer en una fábrica a las afueras del pueblo. Al principio le fue todo muy bien, pero pasados aproximadamente dos meses de llevar trabajando, tuvo un pequeño problema con uno de sus compañeros de fábrica y por este conflicto, que no se pudo saber cual fue, su jefe le pidió que abandonara aquel lugar.
Gregorio volvió a lo mismo que antes, buscar un nuevo trabajo. Por suerte logró encontrar una labor mucho mejor que la anterior, aunque sus jefes eran muy peculiares. Se trataba de una empresa de muebles. En este lugar estuvo trabajando durante dos años aproximadamente, pero cuando mejor le iba todo, tuvo un gran problema que le afectó a su trabajo y a su vida: Gregorio, al igual que hacía todas las mañanas, puso su despertador para ir al trabajo y, al despertar, se dio cuenta de que se había convertido en un monstruoso insecto. Esto afectó mucho a la vida personal de Gregorio y tuvo que renunciar a su trabajo y a otras muchas cosas.
Pasaron los años y Gregorio se fue haciendo cada vez más mayor. Se veía mucho más apartado de sus padres y de su hermana, que aunque esta última siempre había sido la que más le ayudaba ya estaba muy cansada de todo. Los ánimos de Gregorio estaban por los suelos y no hacía más que decir: "ya no puedo más". Le dolía todo el cuerpo y apenas podía andar. Gregorio pensaba que lo mejor sería lo que decía su hermana de que tenía que desaparecer. Así, una fría mañana de invierno, cuando la sirvienta entró como de costumbre en la habitación de Gregorio, pudo observar que había muerto.
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